lunes, 18 de octubre de 2010

UNA MEDALLA PARA MI PAPÁ

Desde muy niña, me fascinaban las Olimpiadas que se realizaban en el colegio. Debo confesar que siempre he sentido, en mi interior, un espíritu de competencia muy fuerte. Sí, espíritu de competencia… Recuerdo una olimpiada en especial donde formaba parte del equipo naranja y a mí me tocaba competir en Tenis de Mesa, más conocido como Ping Pong. Me anoté en ese deporte pues había notado que tenía mucha destreza y habilidad con las manos. Así que con mucha determinación, me enrolé dentro de la competencia y se lo comuniqué a mis padres. Ellos, muy entusiasmados, me compraron la mesa de Ping Pong, las raquetas y las pelotitas. Se demoraron noches enteras cociendo las franjas naranjas del uniforme de mi equipo: short, casaca, polo, buzo… Me peinaban con cintas naranjas en el cabello y practicaban conmigo, en especial mi papá. Puedo decir que él era mi entrenador personal.

Así llegó el gran día: La Competencia de Ping Pong. Jugué con todas mis fuerzas y pasé a las semifinales. Mi entrenamiento había funcionado pero una china destrozaba la mesa (lenguaje juvenil para dar a entender que la china era magnífica en el juego) y caminaba en el aire. Sí, la china ¡me ganó! Vi pasar muchas pelotas y junto con ellas el primer lugar de la competencia, luego el segundo lugar para quedarme yo en el tercer lugar. ¡No lo podía creer! Cuando empezó la premiación, llamaron a cada uno de los ganadores. A mí, por supuesto, no me llamaron para la tan ansiada Medalla de Oro sino que me dieron la Medalla de Bronce.
Pero yo quería la de oro, anhelaba ese primer puesto, me esforcé por ser la primera y allí estaba yo, con mi Medalla de Bronce en la mano, desanimada… ¡picona al 100%! Así que decidí ir al baño para que nadie me viera llorar y ¡oh! En el baño estaba la china del primer puesto, le pedí por favor que me mostrara su Medalla de Oro y me la prestara por un momento… La china me miró con sus ojitos chiquitos, me sonrió y me la entregó. Al tener mi Medalla de Oro entre las manos – recuerden que me había esforzado demasiado y esa medalla me pertenecía por derecho – me hice la loca y salí corriendo del baño directo hacia la movilidad escolar que ya esperaba para llevarme a casa.

Cuando llegué, mi papá estaba esperándome con la famosa pregunta: “¿Y cómo te fue?”. Yo dije: “¡Excelente! Saqué primer puesto, mira mi Medalla de Oro”. Mi papá estaba contentísimo, saltaba de alegría. Nunca yo su primogénita había ganado ni un juguetito en los chocolates premiados y hoy le traía la medalla de la ganadora (no era mentira, era la medalla de la ganadora). No quise decirle lo perdedora que me sentía. Así que colgó la medalla en el aparador de la sala y llamó a la familia para hacerme un almuerzo de celebración el domingo… ¡quería celebrar a lo grande!

El almuerzo de felicitación llegó: platos de comida criolla, música a todo volumen, olor a alegría y sobre todo a celebración (OJO: Soy parte de una familia numerosa) y de pronto sonó el ring del teléfono, mi tía contestó… y a lo lejos alcancé a escuchar: “¿Wenddy Neciosup? Sí, vive aquí. ¿Quién llama?”. Y del otro lado del teléfono una voz oriental respondió: “Habla el papá de la niña que ganó el primer puesto en la competencia de Ping Pong y estamos llamando a todos los Neciosup de la guía telefónica porque Wenddy pidió prestada la medalla y nunca la regresó”.

Si en ese momento hubiera podido abrir un hueco en la tierra para que me trague, ¡les aseguro que lo hubiera hecho! Cuarenta ojos voltearon a verme pero los únicos ojos que me interesaban, eran los de mi papá. Él esperaba una hija de oro y yo era de bronce… (Al menos eso era lo que yo creía, pero ésa es otra historia). Mis queridos amigos, qué triste fue para mí no poder darle a mi papá esa medalla y es que muchas veces – y sé que te identificas conmigo – no hemos podido llenar la medida de nuestros padres.

Mi papá siempre obtenía diplomas al mejor estudiante o llegaban fotos, todos los años, donde se graduaba con honores y a mí me costaba tanto sobresalir. Wenddy no podía traerle su medalla de oro, no podía ser la primera en la clase… ¡Eran más las notas desaprobatorias que las aprobadas! A mí, todos los veranos me enviaban al vacacional para nivelar mis notas pero aún con todo ello, no permití la frustración. ¿Sabes? no tenemos que llenar la medida de nuestros padres o tratar de superarlos, sólo debemos ser nosotros mismos y dar nuestro mejor esfuerzo.

En 1 Samuel 17, la Biblia nos habla de un gigante llamado Goliat que amenazaba al ejército judío. Este Goliat tenía un casco de BRONCE. Sí, igual que mi medalla. Además, tenía una coraza de tres metros y que pesaba 150 kilos. ¡Y también era de BRONCE! Datos y objetos muy difíciles de superar pero un jovencito decidió aceptar el gran desafío de vencerlo. v.33 La gente le decía a David, ¡hasta el rey Saúl!: “Tú eres SÓLO un muchacho y él un guerrero de toda la vida”. Alguien me puede responder ¿cómo podemos competir contra eso? v.36-37 La respuesta de David fue sencilla: “Yo siempre he dado pelea fuese león o fuese oso… El SEÑOR, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de la mano de este filisteo” y se enfrentó al desafío.

“Saúl vistió a David con sus ropas militares, le puso un yelmo de bronce en la cabeza y lo cubrió con una armadura. David se ciñó la espada sobre sus ropas militares y trató de caminar, pues no se las había probado antes. Entonces David dijo a Saúl: No puedo caminar con esto, pues no tengo experiencia con ellas. David se las quitó, y tomando su cayado en la mano, escogió del arroyo cinco piedras lisas y las puso en el saco de pastor que traía, en el zurrón, y con la honda en la mano se acercó al filisteo” 1 Samuel 17:45-46 (La Biblia de las Américas)

Cuando el rey Saúl accedió a que David peleara contra Goliat, quiso prestarle su armadura pero él no aceptó aunque ir a la batalla vestido de Saúl se veía como la mejor opción. Sí, este joven bajó a enfrentar la batalla más grande de su vida siendo él mismo, con su bolsito en el que llevaba cinco piedras lisas y una honda.

“Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del SEÑOR de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado.
El SEÑOR te entregará hoy en mis manos, y yo te derribaré y te cortaré la cabeza. Y daré hoy los cadáveres del ejército de los filisteos a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, para que toda la tierra sepa que hay Dios en Israel”
1 Samuel 17:45-46 (La Biblia de las Américas)

Dios no busca excelentes copias. Él no busca personas perfectas, Él es el Dios de los que deciden ser originales, es el Dios de los que deciden dar su mejor esfuerzo y vencer…

Quizá mi medalla de bronce fue sólo el tercer puesto pero en el corazón de mi papá yo siempre he estado bañada en oro y me amó porque sabía que había dado lo mejor en esa competencia… Así que colgaron mi Medalla de Bronce, por muchos años en el aparador de mi casa. Luego, con el tiempo esa medalla fue acompañada por muchas más pero esta vez eran de oro.

Amigo mío, ha llegado el tiempo de cambiar tus medallas de bronce, ha llegado la hora de tratar como otros de superar el estándar. Es hora de regresar a casa como lo hizo David con la cabeza del gigante… ¿Qué esperas? David confió en que Dios le entregaría en sus manos todos y cada uno de los gigantes. Yo confío que con Dios siempre tendré victorias, daré lo mejor de mí y Él se encargará de darme una medalla más para mi papá. Pero mientras lo hace, cuéntame de las medallas que perdiste, de las que ganaste y de las veces que por más que diste tu mayor esfuerzo quedaste en tercer puesto… pareces de bronce pero vales más que el oro.
Por wenddys
http://www.wenddys.blogspot.com/

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